Mi cuñada, Maribel, me dio una silla de cocina de las de antes; de aquellas clásicas de asiento de paja y estructura de madera torneada, que iba a retirar de su casa. Y no es cosa de rechazar una silla, que siempre viene bien. La he predestinado a la Habitación Siglo XX.
Así que se trata nuevamente de poner manos a la obra, un poco de pintura, y algo de imaginación para que quede
como nueva. Lástima que no tengo foto del "antes", porque se vería más la
espectacularidad del cambio.
Lo primero fué limpiar bien la madera que tenía sucesivas capas de barnices y ceras de color oscuro. Con un buen decapante y una lija, todo listo en un par de días. Luego dos capas de pintura de color marfil, sin que los brochazos queden demasiado finos. Y con un poco de pigmento amarillo, destacar los torneados de la madera.
O sea, que trabajé lo suyo para conseguir que una silla
vieja, quedara casi como una silla
nueva. Pero como el ser humano es pura contradicción (yo más que contradictoria, soy caótica...) una vez que conseguí dejar la silla
nueva me puse como loca a... ¡
envejecerla! jajaja... pa volverse locos.
El
envejecimiento se consigue con un simple trapito y betún de judea. Frotando bien para que en las imperfecciones de la pintura se fije el color oscuro del betún y quede la silla (que, recordemos, tras mucho trabajo
parecía nueva) costro-silla.
Cuando se seca todo bien, se le da cera incolora, y luego se pule un poco, hasta dejar un acabado satinado.
Como el asiento está bastante estropeado, ya prepararé un cojín que lo tape y que lo haga más cómodo.
Todo se andará.