Como daba pena no aprovechar la luz que podía entrar, en su día le puse unos cristales (bueno, se los puso el carpintero), la limpié un poquito (sólo un poco) y pinté la pared del exterior en blanco, porque así refleja más la luz. Y con una cortinita por delante ni se veía lo feílla que estaba.
Así se ha pasado estos años.


Pero ahora le ha llegado el turno de pasar por el salón de belleza. Que ya sabemos lo que puede cambiar cualquier cosa con un poco de maquillaje.


Poco a poco (muyyyy poco a poco, que esto va más lento que el caballo del malo) aparece el color de la madera. Es una pintura que utilizaban antiguamente (ya me dijeron el nombre, pero no me acuerdo) y que se queda, no pegada, sino "integrada" con la madera. Y a pesar de mucho lijar y lijar, la cosa no queda demasiado bien. Quería dejar la madera limpia y darle un poco de protector sin más. Pero no consigo que el soporte quede uniforme.
Así que después de un buen rato de esfuerzo, y muchas lijas gastadas, creo que ha llegado el momento de reconocer que esto no se puede mejorar. Ya se sabe que una retirada a tiempo es una victoria, así que aunque esto sea un fracaso (estoy acostumbrada a que las cosas no siempre salen como uno quiere...), me paso directamente al "plan B": una buena mano de pintura y todo se solucionará.
Me decido a pintarla de color rojo. Total, ya que es un poco simple, pequeñita y sosa... ¡que destaque por algo!
Y después de pintarla perfectamente, como siempre, procedo a envejecerla con unas cuantas pasadas de lija. Aún puede que le siga dando algún que otro maltrato, pero en principio ya está terminado el proceso.
Y esa tela que he encontrado por ahí y que he aprovechado para hacerle la cortinita, es como si estuviera hecha exprofeso y le va como anillo al dedo, con esos gallos de plumas rojas...