Pero no estaba así en el inicio, no... que nos lo encontramos en la calle, tirado en las basuras, sucio y cotroso y muy feucho, como se puede ver.
Pero nos dio pena dejarlo allí y entre Fernando y yo nos lo llevamos a casa... a pulso... ¡y hay que ver lo que pesa!...
Total, que el caballito se pasó un par de años en mi estudio, así tal cual, haciendo las delicias de los niños que pasaban por allí, hasta que un buen día decidí hacerle el lifting y renovación plástica que necesitaba y dejarlo mucho más aparente. Y siguió allí cumpliendo su misión durante otros tres o cuatro años más, pero en forma mucho más elegante, por supuesto.
Que no es el mismo caballo, eso seguro; pero que ha salido del mismo molde y de la misma fábrica, me apostaría el cuello a que sí.
Si es que tiene pintados los mismos arneses y la misma manta, son iguales las crines y la cola; las patas están en idéntica posición. Arquean los dos el cuello en la misma curva imposible... Vamos, que este caballo estaba predestinado para nuestra familia. Y ahí ha encontrado su lugar... en nuestra casa de Miranda de Arga.
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